Cuando camino descalza, siento el suelo como vibra y me cuenta historias del mar que era antes. El pasado de la tierra me es ajeno, pero me gusta inventar historias y teorías de una creación en donde Dios mismo toma arena con manos gigantes, hace pequeñas canicas, las alinea una con otra, una es más grande que la otra. Esta arenas es especial, es compacta y ligera. Ya alineadas, las observa y juega. Dios tiene magia, sus barbas son espesas como las olas del mar en donde se encuentra, un mar infinito, en donde moja sus pies que tienen llagas de tanto andar sobre estas aguas saladas. Toma una de sus canicas de arena, la pone frente a sus ojos, sus ojos, son tormenta, luna de mar que hace que las marea sube y baje. La mira detenidamente, la huele, huele a fuego, le quema las pestañas, y ríe. Sabe como nombrarla, esa sería Sol, la acerco a su piel, y dejo que le quemara la piel, le recordó que estaba vivo, que podía sentir, le recordó que aun siendo Dios podía arder.
Colocó a Sol junto al sol a su creación más pequeña, pensó que el sol le daría grandeza, y que su calor lo haría el más elogiado.
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